La siguiente es la versión que consta en actas de la Cámara de Representantes, de las palabras pronunciadas por el Dr. Dario Pérez, diputado de Maldonado.
SEÑOR PÉREZ BRITO.- Señor Presidente: en primer lugar, quiero agradecer a mis compañeros de bancada, porque no fui elegido para hacer uso de la palabra y sin embargo pedí volada, pues tenía la necesidad de hablar sobre este extraordinario tipo que fue Leandro Gómez.
Sabía que habría abundancia de datos, de fechas históricas, de situaciones y de momentos. Digo claramente, para todo el mundo, que en esto no soy neutral, como no lo he sido jamás cuando he leído la historia. No puedo ser neutral.
SEÑOR PÉREZ BRITO.- Señor Presidente: poca gente lo acompañó y poca gente homenajea al pobre Leandro Gómez.
En primer lugar, quiero hablar del poder, del poder de los vencedores que escriben y reescriben la historia, muchas veces, ocultando a los ojos de las generaciones venideras la verdad, lo justo; de los que escriben disfrazando realidades y que cuando encuentran que enraizaron en la memoria del pueblo en forma profunda hechos, personajes y acciones, se adaptan, diciendo verdades a medias o mentiras, deformando y torciendo la realidad.
Han pasado ciento cuarenta y siete años de uno de los hechos más importantes de la historia nacional relacionado con nuestra independencia, pero nuestro Leandro Gómez no está en las escuelas, en los liceos, en los edificios públicos al mismo nivel que Artigas, Oribe y Lavalleja; es injustamente tratado hasta con la importancia de calles en Montevideo, donde una gran avenida se llama General Flores, mientras que apenas unas diez cuadras perdidas por ahí llevan su nombre.
El poder trabaja para matar en la memoria del pueblo a nuestro padre Artigas, pero como no pudo, lo hizo de bronce, lo despojó de ideología, escondió documentos y frases, lo hizo insípido, neutral, y edulcorado. Aun así, resurgió su figura llena de ideas. Cuando ese poder no pudo matar a Leandro Gómez en la memoria del pueblo, lo arrinconó en una pertenencia partidaria y con suerte le dedicó un párrafo, una línea de algún libro de historia oficial, de esos que tuvimos que leer en Primaria o Secundaria, lleno de mentiras por todos lados. No voy a ofender a los autores que tuve que leer en aquel momento.
Citaré los tres sitios que sufrió la ciudad de Paysandú, y ya se verá por qué.
En 1811, el capitán artiguista Bicudo, que por órdenes de José Artigas se había apoderado de Paysandú, cae con sus cincuenta compañeros cuando el Imperio de Portugal sitia la ciudad.
En 1846, con Felipe Argento a la cabeza, terminó cayendo en manos de fuerzas riveristas, y Argento, antes que entregar su espada, la reventó contra las piedras. Terminó cayendo en 1864 nuevamente Paysandú, con el martirio de Leandro Gómez y sus compañeros. Aunque se pretenda suavizar los hechos, a pesar de los años que han pasado, esto todavía nos hace hervir la sangre. ¡Todavía nos hace hervir la sangre!
Que quede claro que en ese momento se enfrentaron dos concepciones ideológicas, dos formas de vivir y de pensar la nación: una libertaria, americanista, federal y artiguista, y la otra extranjerizante, europeísta, amiga del Imperio de Brasil y del británico. Leandro Gómez, artiguista en una época en la que era mala palabra serlo, comienza por recuperar la espada que el Gobierno de Córdoba alguna vez quiso obsequiar al Protector de los Pueblos Libres, para algún día ofrecerla al Gobierno nacional, escribiendo ar¬tículos en la prensa, mostrándose realmente como artiguista, reclamando para que sus restos recibieran un mejor destino. Artiguista al fin, vivió y murió como tal para el buen ejemplo. Fueron las circunstancias y el hombre, el hombre y sus circunstancias que lo llevaron al martirio.
¡Qué difícil ha sido para los convencidamente artiguistas vivir en la tierra de Artigas, diez mil veces traicionado! Generalmente, han sufrido cárcel, denostación, exilio y hasta muerte, como para acompañarlo en sus desgracias.
La situación geopolítica del momento parece clara: el Imperio Británico era dueño de las rutas comerciales y del comercio e intervenía desde siempre en el Río de la Plata; Mitre, porteño, unitario, que odiaba y temía al Federalismo en la Argentina; el Imperio de Brasil y su continua política de intromisión en nuestros asuntos internos; un Paraguay autónomo, independiente, autoabastecido, que fabricaba hasta sus propios cañones, soberano, molestaba a los unitarios y al Imperio de Brasil, que no podían tolerar que Gobiernos miraran con simpatía hacia Paraguay, mucho menos blancos, aunque la identidad partidaria para esas fechas aún no era muy firme; había que eliminarlo y, para eso como no soy neutral lo digo , contó siempre en nuestro suelo con los serviles cipayos de los imperios, tan frecuentes en nuestra América Latina.
En Paysandú y a pesar de su derrota, Leandro Gómez afirma la independencia del Estado Oriental, pero con plena conciencia lo decía el señor Diputado de que algo importante se jugaba en la nación y en América, que era un escenario internacional. Y derrotado, desde aquel momento, la muerte fue la vida de hoy.
Lo dejaron solo, Gobierno y Generales timoratos, con poco testículo, por decirlo finamente. Todo confluyó para el martirio. La historia demuestra que los grandes jefes, Alejandro Magno, Aníbal, Leonidas y otros tantos, pueden hacer que sus hombres combatan hasta por diez, como pasó en Paysandú. Leandro Gómez los hizo combatir por diez, pero necesitó de la voluntad, del espíritu de sacrificio de muchos más que sus oficiales, de voluntarios, de gente a la que dio la opción de salir del sitio, de unirse al otro bando, como es el caso de uno de los pocos colorados que debe haber estado ahí adentro, un oficial que prefirió quedarse a combatir por la independencia. Fueron, entonces, casi mil doscientos, una decisión colectiva, sentimiento nacional catalizado por un hombre excepcional que acaudilló esa fenomenal resistencia. Nos preguntamos qué cosas pasaban por su mente y por la de todos en ese momento, qué proceso psicológico los llevó a tomar tamaña decisión colectiva, qué ideología y convencimiento profundo los alentó a tomar esa decisión.
Si pudiéramos viajar en el tiempo, asomarnos como a una ventana a la historia, los invitaría: pasen, entren en los últimos días del sitio de Paysandú, ciudad artesanalmente fortificada. Escombros por todos lados, balas de cañón, sangre, restos de miembros y de tripas malolientes. Verano, calor, polvo y humo de la pólvora que reseca las gargantas. Gritos de dolor de los heridos; no había analgésicos ni calmantes. Miembros amputados, gente en agonía. Un solo médico y unas pocas mujeres como decía el señor Diputado Otegui que oficiaban de enfermeras. En la primera parte del sitio, algunas mujeres y niños muertos antes de la salida de los habitantes hacia la Isla Caridad. El dolor de ver a los compañeros y amigos muertos. Boca seca, hambre, fatiga, ojos rojos, insomnio, privaciones. Somos ya menos de mil. Poquitos y viejos cañones casi inservibles, fósforos por fulminantes. Cascotes, clavos, cadenas y trozos de olla para cargar los pobres cañones desbocados. En el puerto, la Armada brasilera imponente, bombardeando, miles de bombas sobre nosotros. Ellos son más de diez mil; batallones brasileros y el ejército colorado de Flores, que recibe cuatro cañones modernos de ánima rayada frente a los ojos de todos los habitantes de Paysandú para bombardearnos. Imaginen el momento. No les tembló el cuajo, superados en armamento y número, multiplicándose cada uno por diez, con increíbles actos de heroísmo. Discúlpeme, señor Presidente, no soy mal hablado, pero, ¡qué huevos tenían! En un acto de increíble heroísmo, Lucas Píriz, con treinta hombres, desaloja a doscientos brasileños de la casa de los Rivero a punta de facón y lanza. Cada uno de sus capitanes y de sus soldados realizaron decenas de actos de heroísmo. ¿Qué habrán sentido en su sublime decisión de independencia o morir, hasta sucumbir? Ser testigo exaspera y genera rabia e impotencia ante tamaña desproporción de fuerzas, ante tamaña injusticia.
Finalmente, en un momento de confusión aunque el final era esperado , cae Paysandú. Pillaje, saqueos, cobarde asesinato, traición, oficiales y clases pasados por las armas; no querían que muchos contaran la situación. Algunos, muy pocos fueron salvados por amigos que tenían en el ejército de Flores; otros fueron hechos prisioneros y, para colmo, enviados a pelear en Paraguay, en la injusta guerra de la Triple Alianza, el pago que el Partido Colorado y el General Flores debían a Mitre, el unitario, y al Imperio de Brasil.
Allí, habiendo elegido rendirse frente a los "orientales" entre comillas, digo yo que no soy neutral , traicionado, fue vilmente asesinado, fusilado junto a varios de los suyos. Dice la leyenda que allí nació una enredadera, de esas rastreras, que mi abuela me mostró, de hojas verdes con un reborde encarnado y pequeñas flores celestes y blancas.
Para mí es clara no quiero ofender a nadie en el día de hoy la responsabilidad del General Flores que estaba a pocas cuadras, del "Goyo Jeta", "Jetón" y su gente, aunque durante mucho tiempo han querido salvarlo de esta. Recordemos que antes de Paysandú hubo masacre en Florida, pues se fusiló a los oficiales de la guarnición, y se cometieron crueldades comunes en la época a lo largo y ancho del país. Era su modus operandis.
Nuestra nación debe un mejor sitial al héroe de Paysandú, que su imagen se encuentre en los edificios públicos y centros de educación al mismo nivel que las de nuestros héroes me refiero a Artigas, Lavalleja y Oribe , para que alguien, aunque sea de curioso, se preocupe por preguntar quién fue. Que sea incluido en los libros de texto de historia oriental un capítulo especial, un amplio y veraz relato de los hechos de Paysandú. Que se estudie por parte del Poder Ejecutivo y la Escuela de Cine del Uruguay la posibilidad de realizar una película sobre el evento histórico. Y para ser justos con la historia, aunque pueda ser polémico lo que voy a decir, hay que cambiar el nombre de la Avenida General Flores por el de General Leandro Gómez, pero nadie se va a animar.
Debo mi gusto por la historia a una abuela una de esas de cuentos , que desenrollaba su larga trenza para después armarla en un moño, y me contaba historias increíbles de la guerra y de sus padres.
La historia, sorteando las mentiras oficiales, me ayudó a encontrar en mi niñez y en la primera adolescencia a esos referentes, a esos modelos que necesitamos para ser hombres buenos y rectos. Por allí descubrí a Leandro Gómez, entre otros; lo incorporé lo supe después a mi sistema de creencias con sus actitudes de vivir y morir, con su ejemplo.
Creo, señor Presidente, que hay momentos en la vida, en especial en la política, en la que no hay matices: es negro sobre blanco, y no importa lo que venga atrás, ni lo que pase, ni sus consecuencias. Es hasta sucumbir. Y he tratado de ser coherente con eso.
Quiero contar algo íntimo. Mi primer hijo nació luego de un embarazo complicado, con muchas dificultades y por lo que mi mujer debió hacer reposo, y solo en honor a eso permití que Leandro no fuera su primer nombre, pero sí lo tiene como segundo. Se llama Agustín Leandro, y es por Leandro Gómez.
Y al fin, aun en la paz, yo tengo ganas de gritar porque lo siento en mi corazón y en mi emoción, algunos gritos de guerra como los que se podían escuchar en Paysandú: "¡Compañeros, no reculen, carajo; compañeros no reculen! ¡Independencia o morir! ¡Hasta sucumbir!"
Gracias, señor Presidente.
(Aplausos en la Sala)