El actor hizo suspirar a varias generaciones por su trabajo en televisión, cine y teatro a lo largo de seis décadas. "El amor tiene cara de mujer" paralizó el país y "Juan Moreira" arrasó en la pantalla grande. Su matrimonio con Claudia Lapacó. Los romances que le atribuyeron con Thelma Biral y Susana Giménez. El gran amor con Gabriela Gili y la depresión por su muerte. Bebán tuvo sus altas y bajas en su vida hasta el instante final de su existencia.
El actor Rodolfo Bebán murió este sábado por la noche a los 84 años, así lo informó la Asociación Argentina de Actores a Teleshow. “Con gran dolor despedimos al actor y director. Su extensa trayectoria artística incluye inolvidables trabajos en cine, teatro y televisión. Afiliado a nuestro sindicato desde 1962. Acompañamos a sus hijos, familiares y seres queridos en este duro momento”, escribieron desde la entidad en sus redes sociales para despedir al notable artista, que se encontraba desde hace años internado en un geriátrico.
Una frase atribuida a Platón afirma que si hay algo por lo que vale la pena vivir es “por contemplar la belleza”. El filósofo no se refería solo a la estética sino a todo aquello que nos fascina y provoca admiración. Quizá si Platón hubiera visto en el escenario a Rodolfo Bebán lo hubiera puesto de ejemplo de “lo bello”. Porque Bebán era de esos raros artistas que enmudecía a la platea con su presencia pero era ovacionado por su talento.
Ser actor fue parte de su carga genética. Su padre, Miguel Tilli, era un artista de prestigio conocido como Miguel Bebán. Crítico severo cuando Rodolfo comenzó a actuar le dijo que usaría su apellido artístico pero su padre, lejos de mostrarse orgulloso, le retrucó: “¿Qué merito hiciste para llamarte Bebán?” “Nada”, contestó el joven. Solo al convertirse en un actor conocido Rodolfo se animaría a dejar el Tilli para convertirse en Bebán. Nunca logró llamar “padre” a su padre, siempre se refería a él como Miguel.
Si como familia mantuvieron un vínculo distante como actores se respetaron. “A Miguel lo asistí hasta su muerte, él vino a Buenos Aires desde Rosario en el 82, y estuvo viviendo en una casa mía hasta que falleció. Siempre lo asistí y, aunque nunca estuve bien con él, no puedo dejar de reconocer de quién soy hijo. Era un hombre de teatro más que un actor y cuando ves trabajar a tipos como mi padre, o Ernesto Bianco, Alfredo Alcón o Pepe Soriano, ves clases de teatro. Y con eso nunca podés pelearte”.
Rodolfo creció en Morón junto a su madre y su nueva pareja, a quien sí llamó papá. En su casa estaba permitido todo menos pronunciar la palabra “teatro” o soñar ser actor. Su madre decía que el teatro había destruido su matrimonio pero que no rompería el vínculo con su hijo. Rodolfo pensó que su destino estaba en las nubes: sería piloto de avión. Pero lo que el hombre piensa, no siempre coincide con lo que el destino decide.
Una tarde con un amigo pasaron por el Teatro Municipal de Morón y vieron un cartel: “Se necesitan extras para Fuenteovejuna”. Un poco por curiosidad y mucho por desafío se presentaron; lo que empezó como travesura se transformó en pasión. Ese año trabajó como extra y al siguiente, cuando se armó la obra Música en la noche, dirigida por Pedro Escudero, ya era el personaje principal. Después siguieron clases de teatro con profesores que le transmitieron más el amor por el oficio que por esa fama que a veces trae el oficio.
Las primeras obras fueron en el teatro independiente –hoy lo llaman under-, luego integró la Comedia Nacional, en el Cervantes. Comenzó a ganarse un lugar a fuerza de trabajo y talento en los escenarios. Fue protagonista de obras que llenaban teatros y eran aplaudidas por crítica y público. Estuvo en La extraña pareja, donde arrasaba junto a Palito Ortega, Vivamos un sueño, con Claudia Lapacó, y Las mariposas son libres, con Ana María Campoy, China Zorrilla y una modelo que empezaba su camino a la fama: Susana Giménez. También se destacó en Lorenzaccio, junto a Alfredo Alcón. Otras de sus más grandes actuaciones fue en Diario de un loco, con la dirección de su padre. Protagonizó El sable, donde se animó a meterse en la piel de Juan Manuel de Rosas.
Pero ya se sabe que el teatro da prestigio y la televisión, popularidad. El éxito masivo le llegó con la telenovela El amor tiene cara de mujer, junto a Bárbara Mujica y Thelma Biral. Luego siguieron Malevo y Cuatro hombres para Eva. Su atractivo trascendía la pantalla. En tiempos donde el Instagram ni se soñaba se lanzaron álbumes con imágenes suyas coleccionables.
Aunque no renegaba de su figura de galán también sentía que la fama le daba pero le quitaba. Cuando todavía era Tilli solía ir a las milongas y participar en torneos de esgrima; con la popularidad tuvo que abandonar esas actividades porque la gente iba a ver a “Bebán, el de la tele”, no al gran bailarín tanguero ni al buen esgrimista. A él le gustaba sentirse mirado en sus personajes pero no en su persona, perder el anonimato era la parte de la fama a la que jamás se acostumbró. Cuando le pedían una foto solía acceder con timidez. “La ronda de fotos, el pedido de autógrafos es algo con lo que nunca me llevé bien. Ahora está solo el recuerdo de la gente, pero antes era peor porque estaba la pasión. Cuando salía de un lugar se querían llevar una parte mía como souvenir”.
Sin embargo, la tele también lo llevó a uno de sus mejores trabajos: Juan Moreira. La película fue dirigida por Leonardo Favio. “Favio no se hubiera fijado en mí si no me hubiera visto en la tele. Cuando me eligió, los únicos que creíamos que yo podía ser Moreira éramos él y yo, nadie más”. Bajo su dirección, Bebán encarnó a ese gaucho matrero que se convirtió en el ícono de una época donde la inclusión y la redención de las clases populares no parecía lejana. El filme fue visto por tres millones de personas y se convirtió en uno de los más taquilleros de la historia argentina. En cine también actuó en Los muchachos de antes no usaban gomina, Proceso a la infamia, Los orilleros, El fantástico mundo de la María Montiel, La invitación y Seguridad personal, entre otras producciones.
Sus amores
Con su belleza irresistible, su voz potente y esa prestancia de hombre seguro, a Bebán no le faltaron amores. Discreto, detrás de escena se aseguraba que con muchas actrices, entre ellas, María Aurelia Bisutti, Thelma Biral y hasta Susana Giménez compartió algo más que besos de ficción.
Pero enamorar no es lo mismo que enamorarse. El actor estuvo en pareja con Liz Amaral Paz, una modelo con quien tuvo una hija, Dolores. Su primer matrimonio fue con Claudia Lapacó y duró seis años. Ella decía que él era “más hermoso que Alain Delon y además, mejor actor”. El aseguraba que ella era tan linda como talentosa. Juntos fueron padres de Rodrigo y Diego. Pero el amor se terminó y durante 40 años apenas se vieron. En el 2011 el teatro los volvió a reunir. Compartieron escenario junto a Alfredo Alcón en la obra Filosofía de vida, una bellísima comedia que el público acompañó.
Su otro gran amor fue la actriz Gabriela Gilli. Se conocieron mientras grababan la telenovela Malevo, un exitazo de los 70. Tuvieron tres hijos, Facundo, Daniela y Pedro, y convivieron durante 17 años. Pero en diciembre de 1991, Gili, que tenía apenas 46 años, murió por una insuficiencia cardíaca. Bebán se encontró solo y con hijos pequeños. Fueron tiempos duros. “La peor parte la llevaron los chicos, porque era una mujer muy joven, hermosa como ser humano, una madre impresionante. Ellos eran chiquitos, tenían una devoción por la madre, ella era una especie de ángel, en todo sentido, espiritualmente”, dijo el actor muchos años después.
Para Bebán, no fue fácil retomar la vida sin el amor de su vida. “Está el dolor por la pérdida y la responsabilidad de haberme hecho cargo de todo. Pero esto no me pesa tanto, diría que nada. Algunas cosas domésticas sí me descolocan bastante como el trato con el servicio doméstico, que me resulta medio jodido de manejar. A veces me vuelvo loco, pero hay que hacerlo”, aseguró.
Tiempo después conoció a Adriana Castro y, pese a la diferencia de casi 25 años entre ambos, volvió a apostar al amor. La pareja estuvo unida hasta 1995. A partir de esa ruptura nunca volvió a convivir con nadie.
Con sus hijos no fue fácil la relación. En su momento de mayor fama tampoco era sencillo ser hijo de Bebán. Alguna vez intentó llevar a dos de ellos a la Exposición Rural pero el paseo terminó en huida. Salieron escoltados por personal de seguridad porque la gente se amontonaba para saludarlo y casi aplastan a los chicos. Aunque compartían veranos en Mar del Plata, su compromiso de actor le quitó tiempo a su paternidad. “No creo que mis hijos me den una mención por ser buen padre. En el momento de crecimiento de casi todos era una vorágine de trabajo. Hay una década en la que ellos crecían y yo no los veía crecer. Era una desesperación, una contradicción, y no lo podía parar”. Y reflexionaba sobre esos baches: “Las materias que uno no aprobó en su momento no las aprobará más, quedaron como asignaturas pendientes”.
En el nuevo siglo, Bebán participó en diferentes obras de teatro y en las ficciones Hombres de honor y Camino al amor. Propuestas no le faltaban. Adrián Suar lo convocó para diversas tiras televisivas que el actor no aceptó. Decía que no se acostumbraba al ritmo de grabación y que prefería los unitarios. A fuerza de negarse a distintos proyectos poco a poco los productores dejaron de llamarlo, pero no renegaba de eso, sabía que eran las reglas de juego.
“Siempre elegí permanecer al margen. El único compromiso debe ser con la libertad de pensar y de hacer”, dijo en una entrevista. El hombre que nunca perdió su estampa de galán, que nunca se obsesionó con la trascendencia mediática, que jamás alardeó de sus romances pero reconoció sus falencias como padre finalmente se fue de gira. “Puedo decir que hice la vida que quise porque elegí la profesión que yo amo. Tengo los hijos que me hubiera gustado tener, pero uno nunca se puede sentir totalmente feliz por lo que ha hecho”.
Quizás Rodolfo Bebán nunca alcanzó la felicidad, pero sí el reconocimiento de sus pares y la tranquilidad que da sentirse más que famoso y actor, un verdadero hombre de teatro.
(Copyrigth Infobae-autora Susana Ceballos)